jueves, 6 de diciembre de 2012

UNA CARTA PUBLICADA DE RICARDO BAROJA SOBRE LA HUELGA DE FUNDICIONES DE BERA DE 1930



En nuestras búsquedas por las hemerotecas digitales relativas a la historia de nuestro pueblo hemos encontrado una carta de Ricardo Baroja publicada en el Heraldo de Madrid acerca de la huelga de fundiciones de Bera de 1930. La carta es la siguiente:

"Ricardo Baroja.

Vera de Bidasoa, septiembre 1930.

En plena guerra europea los dueños de la Fundición de Hierros y Aceros de Vera de Bidasoa vendieron la fábrica y las minas a unos señores de Bilbao. La organización del trabajo fue completamente patriarcal, al decir de las buenas gentes.

Los accionistas bilbaínos pusieron al frente de la fábrica a D. Ángel Garín, ingeniero vizcaíno, y a un contramaestre, al Sr. Gaminde.

El patriarcalismo de esta metalúrgica estriba principalmente en estrujar al obrero haciéndole trabajar hasta el agotamiento y en tratarle lo peor posible, para darle a entender que posee dos derechos indiscutibles: uno, el de romperse la crisma en provecho del accionista, y otro, el de marcharse a su casa.

Los obreros se sindicaron, y se estableció la jornada de ocho horas.

Entonces D. Ángel Garín despidió a unos cuantos obreros y obligó a los que quedaban a realizar la faena suya y la de los despedidos, y repartió la jornada de manera muy cómoda para los jornaleros.

Cada cuatro horas habían de entrar a trabajar, y con otras cuatro horas podían dedicarse a rascarse las narices en sus casas, situadas a veces a tres kilómetros de distancia.

Así el obrero tenía la ventaja de no poder dormir; pero, además, la de hacer piernas en el camino entre su casa y la fábrica.

A los obreros que permanecían las ocho horas seguidas en los talleres y se les llevaba la comida se les enviaba a consumir su pitanza al aire libre. Allí, en la carretera, cómodamente de pie, y los días de lluvia (aquí llueve durante las tres cuartas partes del año) restauraban sus fuerzas debajo de un paraguas, con los pies bien frescos metidos en el barro.

Don Ángel Garín declaró que esta higiénica disposición había sido adoptada porque los obreros, si comían dentro de la fábrica, podían tener la humorada de pedir que se considerara el tiempo que se empleaba en comer como empleado en trabajar y pedir el aumento de salario correspondiente a este tiempo.

Esto es sumamente curioso, porque el Sr. Garín opinaba que no se debían pagar las horas extraordinarias de trabajo efectivo. Por fin, los obreros, hartos de vejaciones causadas por el trato a que se les sometía, se declararon en huelga pacífica. Cada cua1, o se marchó a su casa o se puso a trabajar donde buenamente pudo.

Se trató de calificar a esta huelga de revolucionaria para desacreditarla y hasta quizá con la esperanza de meter en la cárcel a algún huelguista y amedrentar a los demás: pero el obrero, sensato, tranquilo, no ha dado ocasión ni a que se disparen unos tiritos ni a que se enchiquere a nadie.

Los obreros mejores se van marchando, pues en cualquier fábrica metalúrgica de Guipúzcoa o de Vizcaya ganan más; otros emigran a Francia.

El ferrocarril del Bidasoa se arruina por la huelga; los carboneros de la montaña se arruinan; el pueblo de Vara se arruina, y el de Lesaca pierde horrores. Los únicos que no se arruinan son los accionistas bilbaínos que compraron la fábrica: la amortizaron en poco tiempo y ganaron lo que les dio la gana, machacando a1 obrero durante años y años bajo la férula de don Ángel Garín y del sota cómitre señor Gaminde.

Esta es la verdad; esto es lo que pasa en Vera de Bidasoa. En Navarra no hay Comités paritarios, y los huelguistas de Vera están desamparados.

Los accionistas y el ingeniero señor Garín esperan que transcurra el verano, y cuando llegue la época de lluvias y de frío el obrero de Vera, con todos sus pobres recursos agotados, volverá, humilde, hambriento, desesperado a mendigar trabajo en la fábrica, y entonces vendrán las sabrosas represalias.

Entonces se despedirá al obrero viejo que ha trabajado durante cuarenta años en la boca del horno, y si ocurre lo que ocurrió con el anciano que, siendo despedido por el señor Garín, solicitó una plaza de guarda, de peón, de cualquier cosa, en la que pudiera ganarse la mísera pitanza, y al no serle concedida se arrojó al Bidasoa y murió ahogado, mejor que mejor ; así la limpia de obreros viejos es más rápida en la Fundición de Hierros y Aceros de Vera de Bidasoa.

AURELIO GUTIERREZ

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